martes, 28 de octubre de 2008

El amor de Dios...


El amor de Dios por nosotros no es de hoy ni de ayer. Nos ha amado desde antes que viniéramos al mundo. Si Dios nos ama hoy, nos ha amado desde siempre, pues Él no cambia.


El amor de Dios, piensa en el si eres uno de esos que carecen de amor, piensa que hay un ser que te ama con un amor inconmensurable, infinito; que te creó por amor, te cuida por amor y te alimenta y sigue tus pasos amorosamente. Que si te portas mal, te corrige, porque te ama. Y que si lo dejas y le das la espalda, te sigue amando y hará todo lo posible para que regreses a Él. Ese ser es Dios, que por boca del profeta Jeremías te dice: “Con amor eterno te he amado…” (Jr 31:3).


El amor de Dios por nosotros no es de hoy ni de ayer. Nos ha amado desde antes que viniéramos al mundo. Si Dios nos ama hoy, nos ha amado desde siempre, pues Él no cambia. Así como la madre ama al hijo que está en su seno y espera amorosamente su nacimiento, de manera semejante Dios nos ha llevado en su mente, como si estuviera en cinta, desde toda la eternidad. Cuando llegó el momento de nuestra concepción, que Él presidió de una forma para nosotros misteriosa, dio forma a nuestro cuerpo y a nuestra alma en el vientre de nuestra madre. Y luego nos recibió en sus brazos con más amor que el amor con que nos acogió nuestra propia madre. Y está deseando acogernos un día en su reino para derramar sobre nosotros -ya sin las trabas de la carne- todas las bendiciones que su amor nos ha preparado.


El amor de Dios es incondicional. Nos ama no porque seamos “amables”, esto es, dignos de ser amados, sino porque nos ha creado, porque somos hechura suya. Nos ama porque está en su naturaleza amar. No puede dejar de amarnos porque “Dios es amor”, según dice el apóstol Juan (1Jn 4:7,8).


El amor es la materia prima de la que Dios está hecho es amor. Así como una olla está hecha de barro y una silla de madera, Dios está hecho de amor. Podemos decir pues en cierta manera que Dios está condenado a amarnos, así como el agua está condenada a mojar todo lo que toca y el fuego está condenado a quemar, porque ello está en su naturaleza. Por eso es que el hombre no puede hacer nada para que Dios deje de amarlo. El profeta Isaías lo expresa muy bien cuando dice: “He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpido.” (49:16). Aunque quiera no puede sacarte de sus manos. Pablo lo expresa también en bellos términos: “Por lo cual estoy seguro que ni la muerte ni la vida, ni ángeles, ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.” (Rm 8:38,39).


El amor de Dios nos une a su corazón y ningún acto, ninguna persona, ninguna ofensa, ni aun nuestros más grandes pecados pueden separarnos de ese amor. Ni nuestro olvido, ni nuestra ingratitud. Nada podemos hacer para que deje de amarnos. ¡Absolutamente nada!
El amor de Dios...

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